Una batallita que tenia pendiente era esta sobre dos b 17.
El 31 de diciembre de 1944, 37 aparatos del 100º grupo de bombardeo atacaron Hamburgo.
Al sobrevolar el curso bajo del Elba la artillería antiaérea abrió fuego. En tan solo unos minutos fueron abatidas diez aeronaves norteamericanas.
El teniente Rohjohn primer piloto de Leek estaba maniobrando para cubrir un hueco que había quedado en la formación tras caer uno de los aparatos cuando se oyó un tremendo impacto. Habían sido victimas de un tipo de catástrofe sin parangón: otro de los B-17, pilotado por el teniente James Macnab, que se hallaba volando inmediatamente por debajo del de Rohjohn, efectuó una repentina subida y colisiono con el Flying Fortress que tenia encima, de modo que su torreta superior perforo la parta baja del fuselaje de este último. Quedamos como libélulas desmañadas comentaba Leek. El ametrallador de la torre ventral del avión de Macnab la abrió de forma manual hasta que pudo escapar al interior del fuselaje. El aparato comenzó a arder. Rohjohn trato, sin éxito, de liberar su propia aeronave acelerando los motores. Tres de los cuatro motores del avión de abajo seguían funcionando. Entonces, Rohjohn puso en bandera sus propias hélices y dio la señal para que su tripulación se dispusiera a saltar.
La munición comenzó a explotar a medida que se extendía el incendio del aparato inferior. Se estrellaron en un prado de Tettens, cerca de Wilhelmshaven. Del golpe, su avión acabo de zafarse del de Macnab, y comenzó una frenética carrera sobre la hierba, frenada cuando el ala izquierda partió por la mitad un cuartel general hecho de madera.
Tanto Rohjohn como Leek sobrevivieron, por milagroso que resulte.
Lo único que quedaba del Flying Fortress era el morro, la cabina y nuestros dos asientos.
