
Ha sido un Mazda MX-5 del 93, gris silverstone.

Tiene todo lo necesario y nada de lo superfluo. Como extras, sólo cuenta con dirección asistida y elevalunas llétricos (muy útiles cuando jugamos a poner y quitar una capota).

Nada de airbags, motores para los espejos ni aires acondicionados. Supuestamente tine un inmovilizador que se acciona insertando un chip prodigioso en un hueco de la consola a tal efecto. La realidad es que arranca y se mantiene arrancado con o sin txip.


En ruta, yendo tranquilitos tiene las reacciones típicas de un roadster. Dirección muy directa, y absorción peculiar de baches (al no tener una "tapa cerrando la caja".

Esto no se parece en nada a cualquier otra cosa con matrícula que yo haya llevado antes. Es peleón. Mucho. Se encuentra a gusto por encima de 4500 RPM, aunque por abajo, sin ser brillante, se desenvuelve con dignidad si vamos tranquilos.

La dirección es directísima, el coche responde de una manera precisa, sin titubeos. Tiene la tendencia típica de los roadster en los que vas sentado muy atras de que cuando giras, tú te quedas quieto y el morro se de desplaza a un lado.

Esto más que un coche es un juguete, las sensaciones se parecen más a un kart que a otra cosa con ruedas. Vaya cómo lo he gozado hoy trayéndomelo desde Frankonia. En cuanto dejó de llover decidí bajarme de la Autobahn y ya hubo algún que otro encuentro con el sobreviraje y el contravolanteo. Dios, qué vicio. Ésto va a ser mi perdición.
