Tengo un coche guapo.
Muy guapo.
Tan guapo que levanta miradas al pasar. Lo que no podía sospechar es que llamara tan poderosamente la atención. Llevaba unos días con la moral alta, porque las niñas se me volvían la cabeza al yo pasar en coche. Como uno está bastante más cerca de los treinta que de los veinte y últimamente algo desapareado, el regocijo que me invade es manifiesto, ¿será verdad aquello de que les gustan mayores que ellas?
Pero ayer estaba dedicado a mi pasatiempo contemplativo favorito en la puerta 110, aguardando a que aterrizara el 747 de Thai, cuando mi coche, que había quedado sugerentemente aparcado con dos ruedas en la cuneta, empezó a captar más miradas de los propios que comparten pasatiempo conmigo que los mismísimos aviones.
Hay que decir que el coche había quedado muy insinuante y provocativo, con ese apoyo ligeramente ladeado y el techo sensualmente abierto a la luz de un atardecer bávaro, que es muy distinto a cualquier otro atardecer que yo haya visto.
El coche estaba tal que así: (Obviad la brochetta de una amiga que pusimos juntos para hacer la foto):

Pues con semejante marco, todo aquel que pasaba por el puente para ver las maniobras de los aviones en la pista Sur, se quedaba automáticamente prendado del coche y desencajaban el cuello para echarle un vistazo, sin pararse, de la que iban o venían. Aquello no era muy diferente de un pase de modelos con la excepción de que en esta ocasión, el modelo era estático y el público dinámico.
Llamado me ha especialmente la atención esa mamá, que paseaba al retoño en sillilta, junto a su marido o compadre, y no pudo evitar echarle una larga mirada a la nena que mantuvo con giro de cuello mientras pasaba... una mirada cargada de deseo, de lascivia, de envidia, pero sobre todo de sueños irrealizables.
Fueron solo unos breves instantes, apenas unos pocos segundos, los que apartaron a esa mamá del paseo rutinario con la family. Efímeros momentos los que algún neurotransmisor esquivo u hormona insaciada logró tomar el MCC (Maternal Control Centre) y gobernar la mirada y la musculatura del cuello para lograr un explicitísimo spotting calibrero.
La abulia de su compañero era palpable al fallarle su INATAD (Interesting Not-Allowed Targets Alert Device). El INATAD es ese radar biológico que, en mayor o menor medida, tod@s llevamos incrustado de fábrica, y nos advierte de la proximidad de objetivos golosos para nuestras debilidades, sean de la índole que sean. Quizá adicción al trabajo, estrés traumático o algún otro transtorno de la vida moderna había impedido al pobre hombre ser cautivado por ese imán del alma humana que no deja de ser un Calibra.
Tras los instantes de vacile y la reestabilización del cóctel bioquímico de su organismo, la madre retornó al modo de mando materno, y con gran parsimonia se dirigió con su familia a su monovolúmen familiar, petrolero y emocionalmente vacío.
No es que me considere un hacha en la materia, uno apenas tiene sus éxitos discretos, pero empieza a parecer mal que el coche ligue más que uno mismo, ¿no creeis?
En esta foto se ve un poco mejor el sesgo que adquiere la luz del atardecer en los campos de Baviera:

