
Por el camino, lo primero mucho tráfico. En cuanto entroncamos la A9 dirección Nürnberg, nos encontramos con los tres carriles llenos y con el tráfico detenido. Toca esperar. Ahí perdimos mucho tiempo. Luego se despejó, pero volvió a hacerse imposible en Erlangen. En vista de lo cual, decidimos hacer una larga pausa para relajarnos y de paso abrevar a la nena con V-Power y cenar las especialidades de Frankonia (y sus cervezas). Reemprendimos la marcha ya casi de noche, con un poco más de fresquito y menos tráfico. Esto ya es otra cosa: Cruceros de 160-180 con puntas de 200. Podía tirar más, pero con el nivel de carga que llevábamos no parecía lo mejor. El GPS nos guió con absoluta precisión a Hann-Münden.
Hann-Münden es una pequeña ciudad con construcciones de madera (que no existen en Baviera) digno de ver. Allí confluye el cauce de tres ríos: Fulda, Werra y Weser. Para entrar a la ciudad hay practicar un verdadero "descenso de cañones" por un valle, en una carretera que hace horquillas de 180º. La carreterita se las trae, el acceso es difícil, y existen señales advirtiendo de que en caso de accidente, los servicios de emergencia tardarían 12 minutos en llegar hasta allí, probablemente con helicóptero. Pocas bromas.
Moverse por Hann-Münden es complicado. Hay muchos puentes que sortean los canales y ríos, con lo que no es fácil orientarse. El GPS nos guió perfectamente y en las últimas calles había carteles indicando el punto de reunión calibrera. A las 12 de la noche llegamos al Weserpark, nos recibieron miembros de la organización que nos franquearon la entrada. Tras un pequeño interrogatorio para averiguar quienes éramos, alguien gritó que los españoles por fin habían llegado e inmediatamente se hizo un corro de gente alrededor del coche. Todo el mundo estaba un poco desconcertado porque no esperaban una matrícula alemana en el "Spanisch Calibra" ni que ninguno de sus miembros hablara alemán (esto ralló bastante a más de uno

Aparcamos donde pudimos y nos bajamos del coche. Estaba oscuro y no se veía nada, pero enseguida vinieron Kessy y Alex y nos pusieron unas cervezas en la mano. Eran pocos los que quedaban despiertos a esa hora, y todos muy borrachos. Había por ahí un polaco charlatán que desapareció dejando una botella de ron mediada. Stephan, un entusiasta tigrero estuvo toda la noche con nosotros. Muy simpático, pero era difícil saber cuándo hablaba alemán o inglés. Ese acento del norte... Cervecita (y cocacola) va y viene, acabamos retirándonos a las 3 de la mañana, casi cerrando el kiosko. Los españoles son los últimos en llegar, pero también los últimos en marcharse. Mañana habría tiempo para ver alguna cosita interesante, y hasta ahí puedo contar por ahora...